Que la madre se burle del dibujo que su hija le hace, que el padre corrija la postura inapropiada de su hijo, que el adulto reste importancia a los sentimientos del niño, o que sus expresiones emocionales se vean enjuiciadas e incluso castigadas son situaciones que abren una profunda herida en el infante, e interioriza que su forma de expresarse, de ser y de mostrarse no es adecuada. Con la repetición de estas situaciones un niño o niña que está en etapa de estructurarse emocionalmente lo hará con valoraciones de defectuoso, indigno, insuficiente, deficiente o imperfecto: estará introyectando cada uno de los juicios que desde fuera se emiten.
De burlas saben mucho también los compañeros de clase en el colegio. La educación religiosa puede usar la vergüenza como instrumento de adoctrinamiento. Y aparte quedarán las conductas de abuso verbales, físicas o sexuales que se cometen al menor, donde la vergüenza surgirá de la mano de la culpa.
He dedicado este bloque a presentar la vergüenza como trauma de la infancia. Ahora me centraré en la vergüenza en la sexualidad y el placer.
La publicidad se ha especializado en avergonzarnos acerca de nuestro cuerpo para acudir, desesperados, a consumir sus productos y servicios: la estética del abdomen o las arrugas, la musculación en los gimnasios, el aumento de los pechos y del pene, la depilación del vello corporal y el injerto de vello en la cabeza, las dentaduras perfectas, las cremas para las manchas de la piel y anti-age (¿en serio?)... Las películas y las series también fomentan esta constante autocrítica bochornosa sobre nuestros cuerpos y nuestra actitud en el sexo. Y, en general, muestran los modelos sexuales que debemos cumplir: estereotipos de hombres viriles, dotados, hábiles. El porno multiplica estos estereotipos.
Así pues, desde la vergüenza ¿qué libertad tenemos para experimentar el placer libre y plenamente? ¿Te ha pasado alguna vez acudir inseguro a tu cita debido al tamaño de tu pene, o tu barriga, o tu calvicie? ¿Has podido pedir y hacer lo que realmente te excita o te has callado por si se reía de ti? Y si lo has hecho ¿te has sentido ridículo? ¿En qué medida temes que te critique tu pareja sexual si tienes un gatillazo o eyaculas al poco tiempo? ¿Cuánto te sientes “raro” por tus gustos sexuales?
Cada vez que nos mostramos estamos arriesgando, y eso si nos mostramos. Porque mostrarse implica el riesgo de poder revivir el dolor de las heridas infantiles que mencionaba anteriormente. Y ¿quién quiere sufrir? Podríamos creer que es mejor callarse, no llamar la atención y nos correr este riesgo. De acuerdo, pero vamos a limitar en gran medida:
Me llama la atención las veces que nos han dicho «tápate las vergüenzas» refiriéndose a nuestros genitales. Se da por hecho que debemos sentir vergüenza de mostrar el pene y los testículos o la vulva y los pechos. Y, más aún, nos sentimos indignos del pene o la vulva que tenemos. Este fenómeno es perceptible en la manera de mirar a otros cuerpos en la playa, o a los genitales de otra persona en las duchas del gimnasio. Existe un pudor adquirido acerca de mostrar los genitales y también de mirarlos, que puede ser incómodo. Una expresión máxima de esta incomodidad es cuando criticamos a una mamá que muestra su pecho para amamantar a su bebé.
En la masturbación pudimos sentir de adolescentes temor a ser pillados, como si hiciéramos algo malo. La culpa acompaña a la vergüenza en muchas ocasiones. Pero si creíamos que era malo y avergonzante el masturbarse debía ser por todos los mensajes previos que ya habíamos recibido: «te vas a quedar ciego» era muy común en mi generación. Y el placer se constreñía a una paja silenciosa, rápida, genital y abrupta.
Estar follando con tu pareja en silencio para que no te oigan los vecinos puede ser también habitual. Que te oigan gemir y extasiarte en tu clímax orgásmico podría incomodar a los demás. O ¿es a ti a quién incomoda? ¿Qué dirán de ti y de tu pareja? Que los demás sepan que has tenido sexo y que eso te preocupe dice más de ti y de tu vergüenza.
El sexo, la sexualidad, el placer, el cuerpo, los genitales, las filias o las actitudes están rodeadas de vergüenza debido a los mensajes que introyectamos de pequeños, la educación recibida y los estereotipos sociales reiterativos durante todas las etapas de la vida.
Finalizo este artículo centrándome en los procesos de sanación que la vergüenza requiere para vivir una experiencia de placer más libre y satisfactoria.
Decía que el placer se ha visto condicionado por la vergüenza, de manera que inhibimos el placer. Se hace necesaria pues una intervención directa sobre el trauma de la vergüenza:
A medida que realizas estas pautas puedes incorporar las siguientes:
Adicionalmente, recomiendo encarecidamente acudir a terapia para atender al origen traumático de la vergüenza que dificulta el placer, además de practicar cualquier actividad que suponga la exploración de la vergüenza como bailar, cantar o nudismo por indicar unos ejemplos.
Sí, la vergüenza puede ser un mecanismo adaptativo, pero también es consecuencia de una infancia con burlas y reproches. La sexualidad forma parte de la vida y se ve involucrada en estos procesos de vergüenza. Con compasión y amabilidad podremos suavizar el impacto que este sentimiento deja en nosotros, todo para estar en la vida conectando con aquéllo que nos produce bienestar, alivio, calma y, por supuesto, placer.
Gracias