Navidad ya, y yo sin nada que ponerme

Conciencia

Es 21 de diciembre y queda poco para las fiestas tan cacareadas, llenas de luz, música tintineante y azúcar saliendo por las orejas. Esta no es mi época preferida, no lo negaré. He tenido momentos de reconciliación con la mercadotécnia capitalista de estas fechas, aunque vuelven a mí los sentimientos de otros años. ¿Qué me ocurre, soy un bicho raro, un cascarrabias como el viejito Scrooge del cuento de Dickens? ¿Seré el único o habrá más gente como yo?

Sensaciones

En mis 40 años de vida he transitado por varias sensaciones acerca de la navidad. Está la infantil, llena de inocencia, regalos y familia, teniendo presente que supe muy temprano que los reyes no eran tan mágicos. Eso no cambió la alegría y el entusiasmo de verme rodeado de mi familia navideña, aquélla que sólo veía del 20 de diciembre al 6 de enero como mucho, la que vivía lejos y se instalaban en nuestro hogar cual comuna donde todo era buen rollo, risas, jolgorio y copa va, copa viene. Tiempos felices dirían algunos.

La juventud vino marcada por un distanciamiento familiar, ya sólo estábamos la familia nuclear y, como mucho, alguna reunión para comer canelones por Sant Esteve. El crecimiento de los niños daba paso a un ritual diferente, ya no hay tanto sentido a juntarnos todos. ¿Es acaso el crecimiento una trampa de la unidad familiar? ¿O es que antes era todo una farsa? También descubrí el coste de regalar y cómo el sistema comercial me captaba para formar parte de su plan consumista. Con recelo pero sin escapatoria caí en sus redes, “disfrutando” del regalar, de comprar para tal y para cual, de preparar los envoltorios, de dar la sorpresa. Y, por supuesto, de esperar mis regalos. En este sistema nada es gratuito ni incondicional: aprendemos sin esfuerzo que valemos por lo que hacemos y no por lo que somos, así que a sacar toda la artillería y a hacer un alarde de seducción regalatoria obviando la ansiedad de no saber que regalar o no tener dinero para hacer ése regalo que sabemos que va a hacer que la otra persona me aprecie más.
Está todo tan bien montado que ni me daba cuenta que formaba parte de un engranaje impersonal y deshumanizado del capitalismo, donde no importan las personas ni desearnos la paz ni tener buenas intenciones (oficialmente) en unos pocos días, sólo importa cuántas veces has pasado la tarjeta de crédito por el cajero.

Aprendemos sin esfuerzo que valemos por lo que hacemos y no por lo que somos.

Ya en mi reciente madurez me aventuré en eso de la consciencia y el crecimiento personal, que me permitieron ver la situación con más perspectiva y algo de criterio propio. Sorpresa mayúscula cuando el resto se me echó encima cuando decidí no participar de este montaje teatral. El respeto y la comprensión brilla por su ausencia cuando decides por ti mismo y eliges hacer algo diferente a la mayoría, a lo “normal”. Me apetecía vivir estas fechas con sencillez, pocas pretensiones y, especialmente, honestidad a mí mismo y a los demás. ¿Qué sentido tiene formar parte de algo de lo que no te sientes ya involucrado? La frase más escuchada: «¿cómo no vas a celebrar la navidad, o el año nuevo?». Sencillamente sin celebrarlo. No olvidemos que todo esto es un invento de la humanidad que se ha distorsionado hacia cuántas luces pones en tu balcón para que los vecinos lo vean o cuánto bicarbonato has tomado para digerir tantas comilonas.

Hemos creado estos días para ser buenas personas unos pocos días año, con buenas intenciones y pensando en el prójimo (en el mejor de los casos). Nos llenamos de bebida y comida, haciendo esfuerzos económicos para tener aquéllo que deseamos, mientras otros muy cerca de nosotros sobreviven con un poco de pan. ¿Qué dice esto de nuestra humanidad, es que sólo podemos ser empáticos y cercanos entre diciembre y enero? Y más importante aún, ¿qué visión de nosotros mismos tenemos cuando nos damos cuenta de tal hipocresía? Repasando estos años pienso «¿realmente quiero formar parte de esto?».

Sentidos

Existe una rueda en la que todo el mundo “debe” estar. Aquéllos que no son vistos como “raros” y son excluidos. Pero ¿qué es más auténtico: estar en la rueda anestesiados o darnos cuenta del esfuerzo que supone estar en la rueda? Muchas personas que no pueden o no quieren estar en esta rueda viven la navidad como “inadaptados”: desde personas sin recursos a personas que han perdido a un ser querido o personas con otra fe. Todo lo que no sea lo “normal” no puede ser bien visto. ¿Cómo es posible que una época de dicha sea tan propensa a la depresión y al suicidio? Algo no funciona bien en esta rueda cuando no es igual para todo el mundo. ¿Será que estamos locos los que decidimos bajarnos de la rueda?

¿Cómo es posible que una época de dicha sea tan propensa a la depresión y al suicidio?

Siento que la comercialización y superficialización de la navidad ha provocado el “sinsentido”: hemos perdido el valor de todo esto y simplemente nos comportamos como ovejas domesticadas. Podríamos elegir cualquier otra fecha, pues el resultado sería el mismo, para celebrar un nuevo año. Sin embargo, hemos perdido el auténtico valor de dicha celebración. Para mí, es momento de celebrar lo pequeño que soy en un planeta grandioso girando a toda velocidad en un vacío oscuro alrededor de una bola de fuego abrasador que se mueve a velocidades aún más inconcebibles en un extremo de una galaxia que flota en un universo inabarcable.

Tal astronómico evento es digno de toda celebración, nos coloca en lugar que necesitamos estar, enraizados y conectados a la magnitud de nuestra insignificante existencia. El Sol es nuestra fuente de calor, luz y vida, aunque también nos da esperanzas, inspiración y confianza. Cada día, en su amanecer o anocher el Sol llena nuestras vidas de sentidos: en nuestra piel, nuestra vista y también en nuestros anhelos y sueños. ¿No es entonces un ritual a incorporar a nuestras vidas? Que este paso de una vuelta al Sol ya realizada a una por comenzar coincida con otras fiestas (supuestamente) religiosas tan solo camufla la relevancia de dicho momento.

El Sol es nuestra fuente de calor, luz y vida, aunque también nos da esperanzas, inspiración y confianza.

Por otra parte, dejando a un lado discrepancias en las fechas exactas, en la religión cristiana se celebra el nacimiento del profeta. Para muchos, un momento vital y espiritual. ¿Cuántos vivimos estas fechas con esta visión? No negaré que creo que en estas fechas da igual quién nació: estamos más pendientes de la lotería, qué vestido ponernos o comprar el dichoso juguete imposible de encontrar. Ya no importa quién llegó hace 2020 años a un mundo más pendiente de la batalla comercial entre los reyes magos y santa claus. ¿Cómo retornar al sentido original?
Jesús, como representación de la bondad, la compasión y la verdad, puede ser integrado como nuestro alter ego o avatar. Estas fechas son un momento más (como cualquier otro) para conectarnos con nuestra propia bondad, compasión y verdad, aquéllo que habita en nuestros corazones y nos hace seres humanos.

Es como si se nos olvidara la luz que hay en nosotros y, sí, hay que recordarla. Lo cierto es que cualquier otra fecha sería acertada, ¿por qué no cada día, un poquito? Estamos tan asustados y solos que no tenemos ocasión de recordar lo puros y luminosos que somos cuando dejamos a un lado el miedo. Y hemos inventado una época para refrescarnos la memoria pero que, paradójicamente, nos desconectan aún más de nosotros mismos.
Así pues, el vivenciar la bondad, la compasión y la verdad es algo a promover en nuestro día a día, dando a estas fechas un sentido mayúsculo de autoreconomiento, valía personal y humilde orgullo, pues podemos ser enormes en nuestro corazón. ¿Qué mejor sentido puede tener nuestra vida?

Vivenciar la bondad, la compasión y la verdad es algo a promover en nuestro día a día.

Emociones

La navidad es para muchos una época de ansiedad, estrés, insatisfacción y conflicto. Somos capaces de experimentar amplias emociones y sentimientos... qué curioso que algunas personas vivan así estos días ¿no?

Tal y como tenemos montado el invento navideño vamos hacia una objetivización de lo humano y una desconexión de nuestros propios valores, sentidos y de aquéllo que nos da consistencia.

Estamos enseñando a nuestros hijos que el amor se traduce en objetos, y que mucho amor implica muchos o grandes objetos.

Podemos estar rodeados de mucha gente, familia, que en nuestro interior nos sentimos enormemente solos, no por que nos caen mal, si no porque nos sentimos desconectados, desvinculados de los que se supone nuestros apoyos y referentes.

Introyectamos conceptos de autoestima basados en las apariencias, los regalos que recibimos o los halagos que nos dan ante nuestros regalos. Por supuesto, esta autoestima se ve deteriorada si te regalan cualquier cosa o si no tienes dinero para darle a tus hijos esos juguetes que piden a los reyes.

En muchas personas existe la percepción de falsedad, “hacer el paripé”, ante unas situaciones sociales forzadas que implican interacción, cercanía y trato. «Claro, el resto del año ni nos llamamos y ahora nos queremos mucho» puede ser uno de los pensamientos habituales para muchas personas.

Ahora entiendo cómo es posible que algunas personas vivan la navidad con ansiedad o insatisfacción. Quizá para estas personas sean unas fechas difíciles pero no me quito la idea de que para los demás las fechas difíciles son el resto del año. Vivir la navidad como una manera de reencuentro, de buen corazón y de cánticos está bien pero ¿qué tal si todo es lo hacemos durante todo el año? No nos engañemos: puede ser complicado y ser empáticos, bondadosos y seres humanos conscientes requiere un esfuerzo, pues no estamos acostumbrados a ello.

Es posible vivir en la consciencia que nos va a llevar a darnos cuenta de nuestros miedos más profundos que nos impiden ser luminosos.

Sin embargo, estoy convencido que es posible vivir en la consciencia que nos va a llevar a darnos cuenta de nuestros miedos más profundos que nos impiden ser luminosos. Y es ahí donde podremos derrochar perdón, compasión, bondad y amor, empezando por uno mismo. Porque mucho se dice de perdonar y amar a los demás en navidad pero ¿y a uno mismo, cuándo nos vamos a perdonar por lo dicho o no dicho, hecho o no hecho, cuándo vamos a ser compasivos y nos vamos a tratar con indulgencia, afecto y comprensión, cuándo nos vamos a amar respetando cómo somos, aceptando cada parte, oscura y luminosa, para vivir en un navidad constante, profusa y cotidiana sin tener que buscas excusas afuera para intentar acercarnos a sucedáneos que nos alejan de todo esto?

Este es mi deseo para mí, para ti y para cada ser humano. Que con nuestra vivencia profunda sirvamos de inspiración a otras personas y que sus vivencias nos inspiren a seguir creciendo en esta vida con toda nuestra luz.

Feliz Navidad.

Juanfran Díaz
21 de diciembre de 2019

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