Hace tiempo que te quería escribir, querida exigencia. Pero estaba entretenido con otros asuntos que requerían mi atención y llenaban mi tiempo, creyendo que podía ocuparme de todos ellos sin percibir mi extenuación.
Ahora puedo escribirte. Me has hecho mucho bien en mi vida pues gracias a ti he conseguido de mí lo que no creía poder conseguir y he obtenido de los demás lo que parecía imposible de obtener. Eso sí, la factura a pagar ha resultado algo excesiva.
Primero, las gafas de marca exigencia son excelentes, porque no veía más que lo que me interesaba, tenían unos filtros optimizados para focalizar la atención en lo realmente exigible. Pero apretaban un poco y no me dejaban ver otras cosas que me hubiera gustado ver, aunque en ése momento, todo lo que no fuera exigente por naturaleza era de poco interés para mi vista.
Segundo, la nevera donde se guardaban la sensibilidad, la regulación, la compasión y la aceptación era de primera calidad, pero es que convertía todo esto en gélidos bloques petrificados, que si quería acceder a alguno era harto difícil. Aunque ya me estaba bien que estos cuatro ingredientes estuvieran en esa nevera, ultracongelados, para que no molestaran en eso de exigir y exigirme.
El tiempo que he pasado contigo a mi lado ha sido intenso, sin un minuto de descanso, porque siempre había mucho que hacer, que planificar o que mejorar. Porque si hay algo que me una más a ti es el afán de mejorar ...porque hay mucho por mejorar, rectificar y corregir, por supuesto.
Me has ayudado a ver lo que está mal. Mejor dicho, lo que creía que estaba mal, según los criterios de exigencialitis que tú me enseñaste. Si hay algo bueno en ti es que pones los criterios muy altos, muchísimo, y pese a que por fuera ya está bien y es suficiente, por dentro se ve todo como insuficiente, por supuesto no está bien. Ésa es tu gran virtud: hacer creer que algo es insuficiente cuando realmente está bien. Seduces sin contemplación.
Gracias a esto me llevaste a exprimirme hasta el agotamiento. Mira que ya lo daba todo y más aún, lo que no tenía. Pero seguías ahí, amiga inseparable, pidiendo más y más. Apretando las tuercas ante la flaqueza, recurriendo a tus amigas, la culpa, para forzar los límites, y a qué van a decir de mí, para minar la autoestima.
Claro, lo has disfrazado de perfeccionismo y superación. Pero te digo un cosa, exigencia: muchas veces lo que intentabas que mejorara ya estaba bien, no era necesario ir más allá. Pero, muy lista tú, me susurrabas que se podía hacer mejor, que puede quedar perfecto si me esfuerzo más. Y mira que ya estaba agotado. Lo cierto es que eras poco empática.
Me doy cuenta ahora que, realmente, no te ha importado cómo estoy, ni lo que quiero. Te ha interesado nada más lo que podía conseguir. O lo que podía conseguir de los demás. Y para eso enfriabas mi corazón, me alejabas de mi deseo, me hundías en el pozo del reproche. ¿Cómo si no podía tratar a los que más me importaban de la manera que lo hacía? Trataba fríamente a cualquiera porque así podía exigir sin sentirme culpable. A gente que no conocía, a gente que conocía pero no me importaban y a gente que me importaba, aún más que eso.
He hecho de mí vida un vaivén de autoexigencias y exigencias a los demás, te he creído en que esa era la forma de hacer cualquier cosa, de pensar sobre mí y los otros, incluso de sentir, porque hay que sentir con intensidad. Te he creído cuando me decías que eso era lo mejor para mí porque eso era lo que los demás querían de mí. Sin embargo, confundí perfeccionismo con eficacia, y logros con amor. Nada más lejos de la realidad.
Si realmente hubieras querido algo bueno para me hubieras permitido sentir mi cansancio y mi fatiga en mi cuerpo, mi inseguridad y mi ternura en mi corazón, mi decisión y mi discernir en mi mente. Pero tú, exigencia armada, programada y pétrea, no entiendes de nada de esto. Sólo quieres alimentarte del esfuerzo desmedido de los que me rodean y que yo les reclamo, y del mío propio.
Hoy decido reconcialiarme con mi perfeccionismo y mi equivocación, con mi vitalidad y mi extenuación, mi certeza y mi confusión, y todo más allá del poder distante y automatizado que has ejercido en mi vida. Recojo todas tus enseñanzas, muchas han sido las lecciones que aprendí de ti. Te agradezco de corazón todo lo que me has procurado en este tiempo. Sé que volverás en momentos puntuales, y serás bien recibida.
Exigencia de mí vida, esto es una despedida de lo que ha sido hasta hoy tu relación conmigo y y yo contigo. Es un adiós a todo lo tóxico y neurótico que se generó en nuestro recorrido. Con una mirada optimista hacia un futuro donde ser capaces de colaborar juntos, en lugar de jugar a dominarme y ser sumiso a ti.
Cuando vuelvas te recibiré con gusto, aunque con mucha atención a tus intenciones y mucha intención en mis propios deseos. Y siendo fiel a mi claridad, mi capacidad y mi motivación. Y lo mismo con cada persona que me encuentre en el camino, pues decido terminar hoy con el exigencialismo social. Y hoy cierro las compuertas de la proyección que me hace creer que los demás me piden ser así, y abro las ventanas de la confianza de saber que mi humanidad es lo más deseado por el resto de humanos, de seres y del mundo entero.